Oración

La Sagrada Escritura está repleta de experiencias dolorosas a cerca del poder del mal. Realidad que provoca en el ser humano la impotencia y un hondo gemido de dolor. Dolor que se presenta en diversidad de formas, unas sutiles y otras más agresivas pero que al final provoca el que progresivamente se vaya deformando la imagen de bien y bondad que hay en cada ser humano y con ello la pérdida de transcendencia. Sin embargo no es menos cierto que Dios pone en nuestras manos las armas espirituales, que por una parte nos dan tranquilidad y por otra nos ayudan a ir saliendo de ese vacío en el que en ocasiones estamos instalados. Hemos oído con mucha frecuencia hablar de odio, violencia, insolidaridad, egoísmo, avaricia, lujuria, falta de prudencia, etc. Actitudes que también disponen de sus respectivos antídotos como amor, paciencia, solidaridad, confianza, prudencia, etc. De todo ello deducimos que nuestra vida debe estar orientada hacia ese horizonte de libertad donde despojados de las cadenas del mal podamos resurgir como criaturas nuevas portadoras de vida y esperanza.
Santa Teresa de Jesús nos habla con frecuencia de la necesidad de adentrarnos en la oración como la llave que posibilita la toma de conciencia del mal que nos destruye y la posibilidad de ir desprendiéndonos de dichas limitaciones con la ayuda de Dios para poder renacer de nuevo deseando con mayor fuerza la vida del Espíritu. Este modo de vivir activa el deseo del bien y hace posible la regeneración en las aspiraciones de eternidad. Jesús nos invitaba constantemente a dirigir nuestra mirada al Padre, ya que es el único modo de recuperar la familiaridad perdida que nos devuelve el equilibrio entre lo humano y lo divino con naturalidad. De este modo nada que proceda del Evangelio es extraño a nuestro actuar y vivir en medio de un mundo que pretende observar la ruptura y el vacío del ser humano como vivencias inevitables procedentes su propia debilidad.


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