El éxtasis de la bondad

Todo está lleno de la bondad de Dios y todo proviene de esa bondad. Es admirable ver que todo está en su sitio y todo tiene un sentido, una misión, un servicio. Que todo es gracia y don y que es posible permanecer en este estado de bondad, incluso en grado estático, siempre y cuando Dios lo conceda y el hombre persevere en las buenas obras, en el amor, en el camino señalado por el Señor: la negación de uno mismo, la cruz y el seguimiento.
 Este éxtasis de la bondad está junto a los éxtasis de la verdad y la belleza, y creo será prenda del paraíso, del Reino eterno prometido. En él se respira la gloria y se va de la mano de la sencillez y de la simplicidad, de la paz y la integridad, sin deseo alguno de volver atrás.
 Es también admirable ver que una de las cosas que hace más atractiva la verdadera bondad es que en el mundo frecuentemente se llama bueno o se toma por bien a lo que en realidad apenas lo es. Esto es como a manera de una serie de velos que hay que ir descorriendo o de realidades que hay que ir desenmascarando. Pero, sobre todo, como un camino con una serie de pruebas en el que hay que luchar para llegar hasta el final, hasta la Roca sin maldad, la Bondad infinita, el mismo Dios que hizo y vio que todo era muy bueno.

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